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Me llamo Melania

Señorita Doe, a pesar de que me haya dado plantón el sábado, le presentaré a Melania Cholé, de la que ya le he hablado en otra ocasión. Un #personaje que tal vez un día se convierta en un relato, o vete tu a saber, una novela. (Que sepa que el vino estaba buenísimo, aunque el domingo no pude escribir entre la resaca y los gritos de los ruchitos.)

 

Melania Cholé


Se puede decir que nací de un tango, mucho fermet y algo de humor negro. Me llamo #Melania, aunque desde pequeña, en el barrio, entré risas, me dicen la Chole.

Por mi padre, Francesco Cholé. Yo no llegué a conocerlo. Parece ser que era un argentino italo-germano más seco que el Führer y Mussolini juntos y frío como una noche de invierno, que fue todo el tiempo que pasó con mi madre. Murió a golpe de tango en el momento de engendrarme. Que digo yo, que vaya forma de morirse. Y a ver como se sacude una el sambenito de un pasado tan oscuro. Que a mi madre, que es una santa, la llamaron desde entonces la viuda negra. Y ya hay que tener mala baba para reírse así de la desagracia ajena.



Aunque ella hizo oídos sordos y no pareció inmutarse. Cuando nací entró en una especie de trance y se pasaba horas enteras escuchando a Gardel a todo trapo. En menos de un mes, el edificio se vació y se quedó más sola que la una.


Con unos antecedentes como esos, lo raro hubiera sido que yo fuera la alegría de la huerta y comprenderán que, cuando me enteré de la historia, no me hizo gracia el apodo. Se me pasó la tristeza. Me subió por la garganta una nausea amarga y oscura y me lie a tortas con todo el patio. Mi madre, en cambio, está muy orgullosa del apellido porque asegura que en este país nadie más lo tiene, y que da personalidad.


Pero eso es lo único que mi padre me dejo. Un apellido original y mucho temperamento, o al menos, uno tan variable y corrosivo como mis humores.





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