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Ángeles y demonios

Ya sé que uds. van comentando sus cosas de libros y de las películas que ven y esas cosas. Ahora con tanto confinamiento no queda mucho más que leer y escribir.

Les dejo la lectura.


Últimamente veo muchas madres que quieren que sus vástagos sean perfectos. A ver que les parece esta hstoria sobre expectativas frustradas.



Todavía medio dormida, Dolores busco las zapatillas que todas las noches colocaba a los pies de la mesilla y, se las puso. Se abrigó bien y se dirigió a la habitación de sus hijas. Desde la puerta contempló como dormían. Entornó los ojos y sonrió; No podía hacer otra cosa cuando miraba a su hija mayor ¡es tan mona! pensó y bueno Glori, que todavía era un bebé.


Se acercó y despertó a su muñequita con un beso en la frente. Cogió la bata de franela azul que conjuntaba con el camisón y se la echó a los hombros. Primero un brazo y después el otro.


Y ahora a desayunar, mi tesoro. Mamá te va a preparar unas tostadas y tu lechita caliente− le susurró con voz suave.


Ese día, María estaba inquieta, pero su madre no se habría dado cuenta aunque la hubiese estado mirando y su padre hacía ya tiempo que estaba en la oficina. De todas formas, tampoco se habría fijado, más ocupado en criticar a su esposa que en cuál era el brillo de los ojos de su hija por las mañanas.


−Y Glori, mamá ¿no tendrá hambre?. −preguntó María−.


−Claro, contestó despistada su madre. − también, cielo.


Dolores se dirigió canturreando a la cocina y dando gracias a Dios por el ángel con el que había sido bendecida. Bebió su café con tostadas masticando con fruición cada pedazo mientras pensaba ya se sabe que las personas que no mastican y se tragan el pan entero, enferman y se mueren antes me lo decía mi abuela y debe ser verdad, porque vivió casi hasta los cien años, y no tragaba hasta que no tenía aquella masa de pan y saliva asquerosa. Después ensimismada preparó la papilla que embutió a cucharadas en la boca de Glori.


La mujer regresó a la habitación de sus hijas y tirando de la borla que colgaba de la llave del armario, lo abrió y descolgó el uniforme de cuadros verdes perfectamente planchado. Vistió a su hija que se dejaba hacer y tras estirar y doblar hacia abajo con mucho cuidado las sábanas y el edredón de raso, a juego con el rosa pálido de las paredes, vistió mecánicamente a Glori, con lo primero que encontró en el cajón y la dejo en la cuna. Por último, tomó a la niña de sus ojos de la mano y la acompañó al baño para peinarla y perfumarla con nenuco.


La manta de pelo que le cubría la cabeza era lo único que no había conseguido domesticar de María y esto solo duraba unos momentos. Después de cien golpes de peine, la melena de María bajaba de los hombros y caía hasta la mitad de la espalda como un tobogán, por el que Dolores, orgullosa, deslizaba su mano para agarrarla en una coleta y colocarle un lazo; Nada de pelo suelto delante de esos lindos ojos.


−¿Y a Glori, no la peinas, mamá?


¿Glori? ¿Dónde la había dejado? −Glori es muy pequeña, tesoro. Vamos a ponerle en el carrito y nos vamos al cole en cuanto me vista.


Tras recoger la cocina, y lavarse las manos y la cara en el baño se puso la ropa y ya en la puerta, con tranquilidad, abotonó el abrigo de María y la envolvió en una bufanda que le cubría hasta las orejas.


Sin fijarse demasiado, sentó a Glori en el carrito, la tapó con la manta, le colocó el gorro y abrió la puerta después de coger el monedero.


Por el camino iba haciendo mentalmente la lista de la compra y pensando en el vestidito que acababa de ver en la tienda de la plaza. María estaría ideal con él y la rebequita rosa que le estaba tejiendo.


Entró en el colegio y dejo a María en clase. Estaba contenta de haber convencido a Javier de meterla en las monjas. Le encantaba el ritmo de avemarías y padre nuestros que marcaba los días, como cuando ella era pequeña.


Echó el freno al carro de Glori en el corrillo que se formaba todas las mañanas en la entrada del colegio y comenzó a parlotear. Miraba a todas las madres por encima del hombro mientras hablaba. Con su metro ochenta largo, no podía hacerlo de otra forma, ni aunque hubiese querido. Le gustaba gesticular con las manos mientras hablaba. El tema de hoy eran las virtudes artísticas de su pimpollito.


−Me ha quedado tan bien. Es increíble como domina los colores a su edad. Me ha dicho que hoy me haría un dibujo especial. Tendré que enmarcarlo−cacareaba orgullosa.

En ese momento se hizo el silencio y unas risas detrás suya le hicieron girarse.

Los ojos de Dolores dieron dos vueltas de campana y se quedaron en blanco.

−María. Dijo con el aliento contenido. − ¡María!− añadió con un grito que se oyó en todo la manzana.


En la puerta de la clase la profesora agarraba a María que, con una sonrisa contenida que desbordaba su boca, la miraba desafiante. Sostenía unas tijeras en la mano y su delantal era un lienzo de miles de colores a juego con su cara y el pelo. ¡Sus cabellos! sus sedosos y largos cabellos se habían convertido en un nanas muy usado que apenas le cubría las orejas. Toda una declaración de intenciones.


Dolores respiro hondo y dirigió una mirada llena de esperanza a su Glori.

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