Son lazos invisibles que nos vinculan a los demás -lo mismo a los muertos que a los vivos-, son promesas que hemos murmurado y cuya repercusión ignoramos, fidelidades silenciosas, son contratos pactados las más de las veces con nosotros mismos, consignas aceptadas sin haberlas oído, deudas que albergamos en los entresijos de nuestras memorias. Son leyes de la infancia que dormitan en el interior de nuestros cuerpos, los valores en cuyo nombre actuamos con rectitud, los fundamentos que nos permiten resistir, los principios ilegibles que nos corroen y nos aprisionan. Nuestras alas y nuestros yugos.
Son los trampolines sobre los que se despliegan nuestras fuerzas y las zanjas en las que enterramos nuestros sueños.
Con estas palabras tan potentes comienza Las lealtades (Anagrama 2019) la última de las novelas de Delphine de Vigan publicada en España. Unas palabras a las que volver para pensar en los lazos que nos mantienen.
En este libro aspero, que se lee rápido y con la respiración contenida, Vigan nos enfrenta a los ideales y expectativas, incluso inconscientes, con los que nos movemos en las relaciones. A través de cuatro personajes y desde una narración que prescinde de enjuiciamientos y moralejas nos habla de los pactos de amor en las familias, en las parejas y en las amistades y de como, a la vez que nos unen, nos atrapan en una cortina de incomunicación que nos separa de los que más queremos.
Theo tiene doce años y desde que sus padres se separaron pasa una semana con cada uno. Siente que a él le corresponde ocuparse de su padre, sumido en una depresión e incapaz de cuidarse (y cuidarlo), y protegerlo de su madre, que traspasa al hijo todo el resentimiento y odio que siente hacia el padre. Todo esto es asumido por Theo sin cuestionarse el tener que hacer de padre de su padre o que su madre lo aparte de él física y emocionalmente hasta convertirlo en un extraño. Incapaz de poner palabras a lo que le ocurre se va abandonando en el alcohol, para conseguir desaparecer y que su cerebro se quede en suspenso. Lo hace en la escuela, escondido detrás de un armario con su compañero de clase y único amigo Mathis y ante los ojos de Helene, profesora de ambos y la única que se da cuenta de que algo le ocurre. Por último, Cecile, la madre de Mathis, que habla sola para intentar entenderse y que está casada con un hombre de familia acomodada con un secreto inconfesable que ella descubre por casualidad.
La autora que opta por dejar que conozcamos a Helene y Cécile desde una primera persona que nos acerca sus vidas, se decanta para Theo y Mathis por un narrador omnisciente en tercera persona que, además de remarcar su falta de voz propia, nos permite tomar distancias.
Cada uno de los cuatro personajes está atrapado en sus propias lealtades, una forma de violencia invisible que las hace víctimas silenciosas de sus secretos.
La de Helene, una lealtad a la infancia y a los que sufren, a las víctimas de abusos de los adultos, a sí misma y sus convicciones, en un intento de sanar su propia infancia. La de Theo, intentando cuidar y proteger a su padre, frente al mundo y frente a su madre, la de Mathis que se mantiene al lado de su amigo sin revelar su secreto, lo mismo que Cécile con su marido y por último, la lealtad en forma de convenciones sociales que los atrapan a todos y determinan el final.
… A veces me digo que hacerse adulta solo sirve para eso, reparar las pérdidas y los daños del comienzo. Y mantener las promesas de los niños que hemos sido.
Llámenme morbosa pero me quedé con las ganas de poder mirar más de cerca los procesos del padre y la madre de Theo, de la degeneración de la relación de pareja y de la personal, la que lleva al odio y a la depresión profundas, dos reacciones que, a base de deshumanizar a las personas, las hacen más humanas. Pero seguramente, esa sería otra novela.
Y como las conexiones se presentan solas, solo hay que estar atentos para hacerlas, el mismo día que acabé el libro leí sobre una nueva serie de HBO, La innegable verdad (basada en una novela) que habla también de lealtades, en este caso, entre hermanos. A lo que se ve, Mark Ruffalo tiene gran facilidad en desdoblarse en personajes difíciles de controlar sean hombrecillos verdes o hermanos esquizofrénicos.
Sabes algo de esto, Doe?
Delphine de Vigan es una escritora francesa con más de cinco títulos publicados en España, su mayoría en Anagrama
Wow, wow, wow. Qué maravilla. Ganazas, pintazas. Me apunto a Vigan porque esos temas son sobre los que nos gusta volver. Diré más: con ese comienzo no es necesario añadir nada. Doy por bien empleado el papel gastado para imprimir la novela. Lo de "A veces me digo que hacerse adulta solo sirve para eso..." da para bordado a macramé.
A Ruffallo le queremos un poco y, aunque el tema de la esquizofrenia siempre hace pupa, había apuntado la serie porque su director, Derek Cianfrance, hizo aquella amargura que nos gustó tanto:
Nota: necesito poder puntuar con varios corazones o una ola algunas entradas...