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La sociedad literaria y el pastel de piel de patata: leed, leed, malditos


En 1976 Mary Ann Shaffer, bibliotecaria y editora, vio su vuelo retrasado por la niebla en una isla del Canal de la Mancha. Mientras esperaba la mejoría climatológica descubrió en un libro de Reginald Maughn la vida en Gernsey durante la ocupación alemana. Tras años de investigación y documentación decidió escribir la novela epistolar La sociedad literaria y el pastel de piel de patata (ante la enfermedad tuvo que ser rematada por su sobrina, Annie Barrows) que gozó de una óptima acogida y fue traducida a decenas de lenguas.


Con estos precedentes la industria inglesa procuraba desde hace años la adaptación cinematográfica y la ajustada elección del equipo artístico (sonaron nombres como Kate Winslet o Emily Blunt como protagonista y Kenneth Brannagh como director). El reto capital era reescribir y adaptar un libro construído por cartas y mensajes que intercambian los personajes; una estructura narrativa que debía ser modificada en guion, labor de la que se encargaron Roos, Hood y Bezucha. Este condicionante había estado presente en la traslación de otras novelas epistolares como la fantástica 84, Charing Cross Road de Helene Hanff y el filme interpretado por Anthony Hopkins y Anne Bancroft (patéticamente traducido en el mercado español como La carta final). Los leales seguidores del libro de Shaffer y Barrows observarán todas las modificaciones llevadas a cabo pero, como espectadores atentos, podrán detectar guiños al original (el nombre de Remy Giraud, uno de los personajes eliminados, escrito en el diario de Juliet, por ejemplo).

El largometraje transcurre en ese espíritu tan de campiña inglesa (en el reparto intérpretes conocidos por Downton Abbey: Matthew Goode, Lily James ou Penélope Wilton) y se centra en los avatares sentimentales de la protagonista. La represión vivida durante la ocupación nazi pasa a un segundo plano, se desdibujan las tensiones entre el vecindario (Spoty, sabemos que lo suyo con los niños de la señora Racho es un vil disimulo) o la homosexualidad y soledad de personajes como Sydney e Isola. Sin embargo, la película acierta en la capacidad de la literatura como refugio, en el poder de la lectura como unión y convivencia. Y, a pesar de romper con el atractivo formal del texto precedente (una consecución de cartas con fecha, firma y post scriptum), el homenaje literario está presente hasta los títulos de crédito finales (mi parte preferida). Aquellos en los que escuchamos fragmentos de obras leídas durante las reuniones literarias: Al faro de Woolf, La isla del tesoro de Stevenson, La tempestad de Shakespeare, Jane Eyre de Brontë o La importancia de llamarse Ernesto de Wilde. Touchée. Añoramos el tiempo de las cartas, los matasellos y el papel. Por eso seguimos bajando cada mañana al buzón.



La sociedad literaria y el pastel de piel de patata (Mike Newell, 2018)

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