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Ex Libris: The New York Public Library. El ágora del ahora


Con casi 90 primaveras Frederick Wiseman volvía a rodar película para alegría de sus espectadores devotos. Coherente con su modus operandi la cinta reiteraba las claves de la práctica observacional que caracterizan su estilo. Filma sin guion, no hay voz en off, ni música, ni entrevistas, ni reconstrucciones, ni intertítulos explicativos. Confía en la filmación espontánea e inmediata y en la estructura del montaje para interpretar la realidad.


Ex Libris: The New York Public Library, premiado con el FIPRESCI en Venecia, transita durante más de tres horas de metraje por la Biblioteca Pública neoyorquina como fresco social del país. Defendida en sus dos puertas por los icónicos leones (Paciencia y Fortaleza) el edificio se erige entre las míticas Quinta Avenida y la calle 42, que alberga miles de volúmenes y documentos como manuscritos de Shakespeare, cartas de Cristóbal Colón o una copia da Declaración de Independencia de los EEUU. El filme, consciente de la labor vertebradora y referencial de la institución, ahonda en los mecanismos de su funcionamiento y las relaciones entre usuarios y trabajadores.

Wiseman sentó, junto a D.A. Pennebaker y los hermanos Maysles hace más de cinco décadas las bases del documental moderno, del direct cinema (terminología, no obstante, que el director bostoniano prefiere rechazar). Eran películas que sumergían la mirada en la infraestructura social norteamericana. La cámara registraba lo que acontecía en manicomios, institutos, comisarías, hospitales, juzgados, centros de beneficencia… A pesar de no ser estrenado en salas comerciales hasta 2009 (en aquella cinta, La danse, registraba la actividad durante un año del Ballet de la Ópera de París) su cine solía llevarnos a la trastienda de las grandes instituciones del conocimiento del mundo. Entre los últimos trabajos encontramos Boxing Gym (2010), At Berkeley (2013) o más recientemente, National Gallery (2014).

Una vez más el cineasta se mueve en silencio, casi invisible, dejando que el material se revele en sí mismo. No hay cortes en una escena o en un discurso. Asistimos a las reuniones de los comités, al trabajo de apoyo al público y a los mecanismos para convencer a financiadores públicos y privados. La biblioteca se presenta como microcosmos social del país para hablar de la diversidad cultural, racial, económica o educativa, pero sobre todo, de cómo la Biblioteca existe para mejorar la vida de la gente. Son 18 millones de usuarios al año repartidos en las 92 sucursales existentes en la ciudad. 18 millones. 92 sucursales. Contemplamos como los especialistas en braille graban cintas para enseñar a usuarios con ceguera, como en la sucursal de Chinatown se proporcionan materiales en chino, en la del Bronx se crea un cuarteto de viento, la de Harlem acoge un recital de poesía o en la de Westchester se enseña robótica al público infantil. No se trata solo del préstamos de libros, la entidad es primero un espacio para expandir la mente y las ideas. La cinta registra tanto conferencias (sobre Islam y esclavitud, Abraham Lincoln y Marx o el poeta afroamericano que compara el lenguaje con al emoción del blues) como entrevistas a Elvis Costello o Patti Smith.


Una biblioteca del siglo XXI supone no solo un enorme archivo de conocimiento, sino una adaptación a la era digital y los cambios sociales de la comunidad. La institución supone un pilar de la democracia. No se trata de libros, se trata de personas. Como afirma uno de los personajes: “El acceso a la información es la solución fundamental ante la desigualdad de los tiempos”. En este punto Ex Libris funciona tanto en su declaración política como en su canto al civismo y al respeto. Durante 190 minutos Wiseman observa y registra acontecimientos que pueden resultar excesivos para un espectador poco acostumbrado. Pero esas son las reglas, el cineasta no le habla a su audiencia, intenta llevarla a un nivel intelectual donde otros temen acudir.


Para cerrar el círculo, dear Racho, allí donde confluye todo, la película establece interesantes lazos con un libro con el que, probablemente ya le habrá mareado. El 29 de abril de 1986 la Biblioteca Pública de Los Ángeles amaneció consumida por el fuego tras siete horas con temperaturas que superaron los 1300 grados. 400 mil libros se convirtieron en ceniza y otros 700 mil quedaron dañados. Casi ningún periódico reflejó la noticia porque en el otro lado del mundo, entre los densos bosques soviéticos, el mayor accidente nuclear hasta la fecha reclamaba, comprensiblemente, todas las miradas: Chernóbil. Susan Orlean quiso saber quién querría quemar una biblioteca y durante diez años investigó el caso. El resultado fue el delicioso La biblioteca en llamas. Le dejo aquí un fragmento: "...En Senegal, la expresión amable para indicar que alguien ha muerto es decir que su biblioteca ha ardido. Nuestras mentes y nuestras almas contienen volúmenes en los que han quedado inscritas nuestras experiencias y emociones. La consciencia de cada individuo es un recuento de recuerdos que hemos catalogado y almacenado en nuestro interior, la biblioteca privada de la vida que hemos vivido. Es algo que no podemos compartir enteramente con nadie, una biblioteca que arde y desaparece cuando morimos. Pero si puedes tomar algo de esa colección interna y compartirlo -con una sola persona o con todo el mundo, en una página o en un relato oral-, adquiere vida por cuenta propia..."





Ex Libris: The New York Public Library (Frederick Wiseman, 2017)

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