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Don’t F**k with Cats: usuarios, redes y huellas




Hace un par de días en la escalera, la señora Racho me hablaba de The Social Dilemma (2020), el documental que despierta la sospecha: las redes sociales nos condicionan y conocer su porqué quizás nos ayuda a abandonarlas por un tiempo… Al llegar a casa me dio por hacer balance y revisando dos series, una con la que casi empecé el año y otra con la que casi lo acabo, me dio para barruntar sobre esos temas.


Vivimos ahogados con tanto true crime; relatos literarios, cinematográfico o televisivos que ahondan en los detalles y reconstrucción de asesinatos reales donde un serial killer suele gobernar sin temor. A veces, es tal la huella del antagonista y el morbo por datos truculentos que, el foco acaba por desvirtuar cualquier empatía con el dolo ajeno. Más que comprender el “por qué” nos quedamos pillados en el “qué” y el “cómo”. Las mil líneas que fluyen y diferencian información, entretenimiento y chacinería (si conocéis el tratamiento de algunos programas matinales, sabréis de lo que estoy hablando).


Rematamos este 2020 devorando la última recomendación de M. Carmel. ¿Quién mató a María Marta (2020) que nos deja en un mar de dudas e intercambiando preguntas surrealistas a horas intempestivas. Empezar, empezamos el año casi del mismo modo, echándole un ojo a otra producción de Netflix: Don’t F**k with Cats. En ella el punto de partida no deja de ser atrevido: un video terrible de maltrato a unos gatitos se convierte en viral. Indignados, como tantos otros, dos internautas se unen en la distancia, Deanna Thompson y John Green, para dar caza al asesino. Como herramientas de búsqueda los datos e información volcados en la red, a través de los perfiles, fotos y detalles que puedan aclarar la localización del monstruoso Luca Magnotta. Un ególatra que en un subidón de reconocimiento, de saber buscado y seguido, acabará consumando y retransmitiendo el asesinato de un chico. Las redes sociales, Google, las alertas de Facebook fueron la lupa, el hilo para avanzar en una investigación tan adictiva como sorprendente, y cuya credibilidad fue ignorada por la policía hasta el descubrimiento de un cadáver humano.


Lo interesante de este documental de tres episodios se refleja en un ritmo in crescendo, en una narración que se reconstruye con entrevistas e imágenes de archivo pero, sobre todo en el brutal espejo del mundo virtual. Una radiografía-bofetada sobre las consecuencias de nuestra condición como usuarios. La red como reflejo de las sombras que ya había apuntado Platón, como la construcción de identidades virtuales que (re)creamos, fantaseamos y modelamos conforme a nuestros deseos. La red como peana del narcisismo, de una fama que se contabiliza a golpe de reproducciones y likes. La red como unión de identidades solitarias, que probablemente se ignoren en la cola del súper, pero son quien de unirse por un interés común. La red que cuestiona el control parental y la falta de un organismo que regule y penalice de modo más contundente delitos como el maltrato animal (confieso que tuve que tapar los ojos en la parte de los videos). La red como suma de decisiones en un “sigue tu propia aventura” que ya les gustaría a los Sims. Y, sobre todo, la duda de si esa red como monstruo es un ente que creamos y/o alimentamos. Lo mejor de la miniserie dirigida por Mark Lewis es constatar que cuestionar nuestra huella en internet es cuestionarnos a nosotros mismos. Y, por si no quedaba suficientemente claro, ese plano final aún perdura: la pregunta que Deanna nos hace mientras rompe la cuarta pared. La caza de la hipocresía.



Don’t F**k with Cats (USA,2019)

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