Un esquema de diez páginas fue suficiente para que Netflix accediese a producir y distribuir en 2016 la película de Mark Duplass. Tras este esbozo y gracias a la capacidad de improvisación de los protagonistas la historia transcurre con fluidez y naturalidad en menos de hora y media. No se precisan ni más minutos, ni más verdad. Fui cómplice de esas dos almas y de su accidental reencuentro. Jim (el propio Duplass) y Amanda (Sarah Paulson) regresan a su ciudad natal en Crestline –él para vender su casa materna después de la muerte de su madre, ella a punto de ser tía visitando a su hermana- y tropiezan tras veinte años sin verse.
El filme construye un relato hermoso, sincero, sobre la identidad de lo que somos y fuimos, de cómo reconstruimos los tiempos y a quien quisimos. Huyendo de tediosos convencionalismos hollywoodienses construye la historia filmando en blanco y negro, con solo dos actores y un presupuesto modesto. Excepto alguna secuencia de exterior en tierras californianas el rodaje no superó la semana de duración. Duplass cedió la dirección al novel Alex Lehmann quien también se encargaría del trabajo fotográfico: “el ansia e ilusión de los comienzos son garantía de fuerza", defendía el guionista y actor. Estrenada en el Festival de Toronto y tras algunos meses de exhibición en EEUU duerme en la despensa de Netflix (no me digáis que sus algoritmos os descubren algún título interesante). Las críticas subrayaron la química de la pareja protagonista, la interpretación de Sarah Paulson y los ecos de la trilogía Before… de Richard Linklater. En el arranque del filme, en esa secuencia de encuentro en el supermercado, fue fácil recordar Nine lives (2005) en la que Rodrigo García jugaba a demiurgo reencontrando a Robin Wright e Jason Isaacs.
Me parecería ruin no reconocerles la calidad de los diálogos, las miradas y las improvisaciones de una pareja que salta sin red. Puede ser que desde el voyeurismo transitemos por el dolor, la felicidad e incluso el pudor al mirar la intimidad de los otros. Algunas conversaciones, las que conmueven y remueven, deberíamos tomarlas como regalo en esta sociedad del ruido. Sobre todo si, digan lo que digan, volvemos a observar aquel nosotros cuando el otro cobra entidad.
Blue Jay (Alex Lehmann, 2016)
Ain, pequeña. Tras el bofetón una se queda como aquellos perros cimbreantes que ponían en el cristal trasero del coche... Prometo que, al final, todo vuelve a su sitio. ¿Acaso no es de afortunados saber que ese espacio, el lugar exacto del pasillo del super, te pertenece?
Después de semejante critica no he tardado en lanzarme a Netflix a por ella. Me ha dejado con el corazón torcido. Pero ha valido la pena, e faltan aun una cuantas vueltas para que se me vuelva a enderezar.