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Binomio fantástico

Querida Srta. Doe


Ya sé que soy un cerdo gruñón. Quería pedirle disculpas por los insultos del otro día por el balcón, pero cuando escribo, necesito silencio y sus bailes de salón sobre mi cabeza no me dejaban concentrarme. Además, querida, no me había dicho que era editora, (no es que tenga dotes adivinatorias, no se crea, es que me lo contó la Sra. Racho en el ascensor -otra que no me deja trabajar tranquilo con sus ruchitos gritando todo el día-. No sabe lo feliz que me hace saber que vive alguien que entienda del oficio en mi mismo edificio. Cuento con Ud. para la novela, cuando llegue. Por ahora y mientras no me visita la inspiración me dedico a hacer ejercicios de escritura.  A ver que le parece este con un binomio fantástico y a ver si sabe cuáles eran mis dos palabras. Espero su grácil corrector para mejorarlo.



El Membrillo.

O el principio de todo


Melina miró por la ventana. El paisaje había cambiado de forma brusca. Hacía tiempo que no salía y le sorprendía ver verde en lugar de cemento y asfalto. Iba en un autobús turístico, de esos que llevan un guía con un micrófono que no se calla nunca y se dirigían a “El Membrillo”, una de las granjas a las afueras que se estaban poniendo de moda. Una especie de hilo musical casi imperceptible, de fondo, le estaba levantando dolor de cabeza, pero por las caras que ponía el resto, era la única a la que incomodaba.


Tras la pandemia del veinte, muchos habían abandonado las ciudades y habían huido a pueblos deshabitados. A pesar del tiempo transcurrido, la mayoría no habían regresado, aunque las desapariciones y el miedo al desabastecimiento habían hecho que volvieran a agruparse. Las granjas, con sus ofertas de cambio y seguridad, se habían convertido en el refugio que todo el mundo anhelaba.


Según anunciaban eran autosostenibles y se financiaban con las conservas que fabricaban. Estaban a todas horas en televisión y prometían un nuevo sistema y equidad social. Hablaban de transformación de los métodos de producción y de los patrones de consumo. Melina estaba convencida de que se trataba de más de lo mismo, pero mejor envuelto. Otros cerdos capitalistas que vendían humo.


Ella se negaba a dejar su piso, a pesar de que el trabajo en la ciudad escaseaba. Cuando encontró en el buzón una invitación para conocer “El Membrillo”, pensó que allí podía estar el reportaje que llevaba tiempo buscando. Una oportunidad servida en bandeja para desenmascarar la verdadera naturaleza del negocio del Sr. Hoof, el propietario de las granjas.


Ya habían llegado y el guía les hablaba de las instalaciones, después de haberse pasado la mitad del viaje entre canciones, grititos y chistes guarros.


— Como pueden ver las viviendas disponen de todas las comodidades y un jardín donde cultivar sus propios alimentos. Por otra parte, la finca está dotada de cámaras de seguridad emplazadas en todas las entradas y salidas. Cualquiera que intente traspasar las verjas es detectado y, al momento, detenido y encerrado—.

«Blablablá... «Qué fáciles somos de embaucar y que caras de pasmarotes ponemos cuando nos cuentan historias» pensaba Melina contemplando al resto «Nos están diciendo que nos vigilan y controlan y nosotros nos sentimos más seguros. Van a tener razón, no estamos en lo más alto de la escala de la evolución». Rezongó.

Por la ventanilla se veía ahora un parque en el que unos niños que a Melina le parecieron gordos lechones jugaban mientras sus padres los observaban embelesados, y el guía relataba:


— Aquí nos tomamos muy en serio la crianza. Apreciamos mucho la ternura de esta esta etapa y sabemos cómo la valoran nuestros clientes. Queremos crear entornos libres en los que crezcan rodeados de verde y alimentados con productos naturales. No es ningún secreto que esas son las bases del desarrollo armonioso. Aquí nos preocupa el bienestar de todos los que se animan a instalarse. Como saben, cuanto más dulce y apacible transcurre la vida más partido le sacamos. — Recalcó.


— Más dinero nos podéis sacar, querrás decir- farfulló Melina.


— Por allí -seguía sin parar de hablar - se encuentran las instalaciones de envasado y conservación—. Melina se sentó erguida y escuchó atenta. —Pero no quiero aburrirlos con temas de trabajo. Solo les puedo asegurar que conseguimos que las personas den lo mejor de sí mismos y para ello seguimos una política de pleno empleo. Queremos generar riqueza y estamos continuamente innovando. Les avanzo que la próxima semana sacaremos una nueva línea de productos. Y con esto, acabamos la visita— concluyó, con una sonrisa.


Su inclinación a pensar mal y su olfato para las noticias, le decía que allí pasaba algo más. «Pero que morro, no tienen vergüenza, ­¿Cómo es posible que hayamos llegado a esto? Al final pagamos por una casa y por trabajar como animales en la producción de conservas». Su cabeza seguía.


—Ahora nos dirigiremos a la tienda de suvenires donde además de comprar las mermeladas que fabricamos a precio especial, los que quieren pueden rellenar el formulario y dar la entrada para unirse a nuestro proyecto—.


—Todo esto no es más que una patraña, cerdos capitalistas— dijo ya en voz alta. Por la forma en que le miraron sus compañeros de trayecto,, supo que iban dispuestos a firmar donde les dijeran. No podía creerse lo que estaba viendo. Pero es que ¿nadie se daba cuenta de lo que estaba pasando? ¿O se habían vuelto todos locos? Lo que tenía claro era que aquello era un sacacuartos y ella se iba a encargar de demostrarlo.


— Por favor, señorita. Será mejor que nos acompañe—, dos de aquellos marranos la estaban sujetando discretamente y la bajaban por la puerta de atrás.


Se dirigieron a las instalaciones. Al entrar la puerta se cerró a su paso. Estaban en una estancia muy iluminada de la que no se veía el final. En las paredes cubiertas de arriba a abajo por estanterías, se agolpaban tarros de cristal, con una tapa roja de cuadros. No todos estaban llenos, pero todos tenían su etiqueta.


— Me dicen mis compañeros que se ha puesto a gritar en mitad de la reunión» tronó una voz desde el fondo —eso no está bien, señorita—. Continúo la voz en un tono más apaciguado — me alegro de que finalmente haya venido a visitarnos—.


Al acercarse, sentado a una mesa, embutido en cuero, una figura oronda y de mirada porcina sonreía a Melina.


—El año que hoy empieza me convertiré en el “cerdo capitalista” más rico del mundo. Por supuesto que somos capitalistas —exclamo— hemos refinado sus técnicas y hemos aprendido marketing, ¿le sorprende? — preguntó entre gruñidos, dando sorbitos a una taza de té. — Se equivoca, no obstante, en una cosa. Nos interesa y mucho el bienestar de los que viven en la granja, sin ellos no existiría “El Membrillo” ni nuestras famosas mermeladas y conservas. —completó con una expresión que hizo que Melina mirara hacia otro lado asqueada.


Ahora empezaba a entender. — Pretenden acabar con nosotros. — resopló con una mano en los oídos. El hilo musical que les había acompañado toda la visita, había subido de intensidad y le estaba destrozando el tímpano.


— Nada de eso, señorita. Nosotros estamos en contra del maltrato animal. Como ha podido comprobar, aquí todos son muy felices— agregó con una mueca divertida que le desfiguraba la cara. — Tenemos, además, un plan de integración de discapacitados para aquellos que con el paso del tiempo van dándonos lo mejor de ellos mismos que ha sido aplaudido y subvencionado por sus autoridades—.


— Tendrán que explicar muchas cosas, les quitarán la licencia— le respondió con repugnancia Melina. —No se saldrán con la suya—.


¿Me lo va a impedir usted, señorita? — preguntó. — Pero siéntese, la estaba esperando para desayunar— dijo señalando una silla.


En ese momento un tarro vacío llamó la atención de Melina. La etiqueta ponía su nombre

y la fecha de envasado, 1de enero de 2037. Lo cogió y le dio la vuelta. Sarcástica y de sabor amargo con toques cítricos. Un pitido y un zumbido como una nube de mosquitos, le sacudió la cabeza. Después, tuvo que sujetarse a la mesa. Notó vértigo y sintió miedo. Quería salir de allí, pero cayó al suelo. Un líquido, viscoso como mermelada, suficiente para llenar un tarro, salía de sus oídos.  Y perdió el conocimiento.


— En el fondo somos iguales, señorita. Ustedes, los humanos son como nosotros los cerdos, todo se aprovecha. Seguro que toda esa mala leche que Ud. Tiene, nos servirá para algo—.



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