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A punto de estallar

Susana entró en la oficina corriendo. Ya estaba en el fondo del pasillo cuando Emma, la recepcionista la interceptó y la hizo volver sobre sus pasos.


Llegas tarde. Ya ha empezado la reunión. Ramírez te va a matar –dijo Emma mientras le entregaba una carpeta y la arrastraba hacia la sala de Juntas, sin darle opción ni a abrir la boca.


–Ha habido un cambio en el programa –añadió.


Susana resopló, pasó una mano por su pelo mientras trataba de alisar el traje con la otra. Después cogió aire y abrió la puerta sin hacer ruido.


En la Sala, Daniel observa cómo se abre la puerta. Es Susana. Lleva un traje de chaqueta un poco arrugado, el pelo recogido en una coleta y va sin maquillaje. Aprovecha que pasa por su lado para guiñarle un ojo, pero camina muy tiesa, sin girar la cabeza. Está rara. Se da cuenta de que no es el único que la examina. Susana lleva tres años en la empresa y hay muchos que no ven con buenos ojos que este ya en el Consejo de Dirección. Daniel dirige la vista ahora a la derecha de la mesa, donde se sienta Ramírez, y distingue la mirada recriminatoria de su jefe. Ella continúa hasta su silla y se sienta. Al fondo de la sala, Pérez detiene su presentación.

– ¿Podemos continuar, señorita? –preguntó Ramírez con una ceja levantada.


Susana se revuelve inquieta en el asiento y hace un gesto afirmativo con la cabeza.


–Por supuesto. –responde.


Daniel intenta adivinar que está pensando y que le habrá pasado. Estuvieron preparado juntos la reunión la tarde anterior y ella sabe es crucial mantener la calma. Se juega un ascenso, pero no deja de moverse en la silla, como si no encontrase la postura, abriendo y cerrado el programa que tiene delante.


Vuelve a escucharse de fondo la presentación de Pérez. Susana tiene los ojos fijos en el power point y da pequeños golpecitos impacientes con el bolígrafo en la mesa. No deja de cruzar y descruzar las piernas. Parece muy nerviosa y con la cabeza en otro sitio. Ella era la que iba a intervenir en primer lugar y Pérez se ha aprovechado de que ha llegado tarde para adelantarse. Se la ha jugado con Ramírez, pero no debería afectarle, ya está acostumbrada a este tipo de tretas. La tarde anterior se han reído enumerándolas y ella le ha dicho que no entraría en sus provocaciones. Daniel no entiende qué está pasando. La busca esperando que ella le devuelva la mirada y tranquilizarla pero Susana mira al suelo y continúa bailando en la silla.


–Si se fijan en el gráfico, podrán observar el coste que para la empresa ha tenido durante estos diez últimos años la contratación de mujeres.


Todos los ojos se clavan en Ramírez buscando una reacción. Esta vez no va a intervenir. Hace un gesto invitándolo a seguir.


Susana arquea las cejas y parece que va a levantarse, después, aprieta los labios y se pone derecha en la silla. Se recuesta, otra vez, cambia el cruce de piernas y mira por la ventana como pensativa. Vuelve a fijar los ojos en la presentación de Pérez tamborileando con el bolígrafo, después lo deja sobre la mesa y cierra el programa.

«Venga, es solo una provocación, resiste» piensa Daniel dirigiendo una mirada esperanzada hacia Susana.


Daniel sabe el esfuerzo que hace Susana para adaptarse al trabajo en un entorno en el que solo hay hombres. Pérez la recomendó en la empresa cuando cerraron Barlovento, pero ahora no aguanta que ocupe un puesto por encima de él y busca dejarla en ridículo siempre que puede. Le gusta poner al jefe en apuros obligándole a tomar partido.

–Por supuesto que las mujeres deberían ganar menos que los hombres, son más débiles, más pequeñas y menos inteligentes.


Esta vez ha ido demasiado lejos. Susana deja caer el bolígrafo encima de la carpeta Su cara esta congestionada, los puños apretados.


Daniel la ve salir y mira a Ramírez, preocupado. No ha aguantado ni un minuto en la sala. Está esperando demasiado de ella. Ha sido una semana muy dura, con mucha tensión y no le han dado ni un respiro.


Sabía que aquello podía costarle el empleo pero no aguantó más. Se levantó, recogió sus cosas como pudo y salió a grandes zancada. La puerta se cerró estrepitosamente tras de sí. En esos momentos le daba igual que se hiciera el silencio en la sala y que todos se la quedaran mirando. Había aguantado a Pérez y sus comentarios en muchas ocasiones y si no tuviera tanta prisa, le habría dicho unas cuantas cosas a ese imbécil.

Ni siquiera se fijó en que entraba en el baño de hombres, hasta que se encontró con la fila de urinarios. Sin pararse, pasó corriendo por delante de ellos. El suelo estaba mojado y casi resbala. Consiguió recuperar el equilibrio, agarrándose a la pila para no caer. Pidió disculpas a voz en grito a los tres individuos que se encontraban de cara a la pared y siguió tan digna como pudo hasta el fondo. La puerta del aseo estaba cerrada y su vejiga a punto de estallar. Aporreó la puerta con desesperación hasta que uno de los hombres le aclaró que no estaba ocupado. Abrió. Parecía que no habían entrado a limpiar en una buena temporada; El suelo estaba encharcado y la taza llena de salpicaduras y papel sucio que rebosaba. Sin tiempo para titubeos cogió un pedazo de papel y limpió como pudo la tapa. Después se bajó de un tirón la falda y las medias y se sentó. Todos los músculos de su cuerpo se relajaron. Menudo día había escogido su despertador para quedarse sin pilas y hacerla salir corriendo sin tiempo ni para un pis.


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