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Melania Chole

#Melania coleccionaba caos. En casa, en su corazón y en su vida. Y esto era algo que ella se negaba a sí misma bajo la apariencia del orden.


En casa lo guardaba en el armario de la cocina. En sus cajones encontraba mejillones en escabeche, muñequitos de vudú o letras de canciones que se le ocurrían mientras cocinaba calamares en su tinta. En las miles de cajas colocadas por tamaños y colores que se distribuían en las estanterías y debajo de las camas, escondía recuerdos que recolectaba en forma de papeles de galleta, entradas del cine o poemas escritos en papel higiénico mientras pensaba en el baño. En la nevera, con letras de imanes, componía maleficios contra los que ese día la hubiesen contrariado o encantamientos para transformar en rana al príncipe de turno.


Siempre llevaba en el bolso libretas pequeñas en las que apuntar pensamientos, que una vez completas pasaban sin leer a alguna de sus cajas de recuerdos. Llevaba también rotuladores de colores que compraba compulsivamente y que no usaba, y volvía casa con trozos de servilleta con ideas que dejaba en cualquier rincón cuando vaciaba el bolso. En el cuarto en el que escribía, lleno de ficheros y archivadores, acumulaba carpetas de colores con proyectos para los que no encontraba el momento. Tenía una historia extraña con los libros. Los adoraba pero no los leía. De vez en cuando la casa se llenaba de selecciones de clásicos imprescindibles, las últimas novedades y recomendaciones de la crítica o la edición antigua que encontraba en una tienda de segunda mano. Los esparcía en montoncitos por la casa. Supongo que esperaba que si tropezaba con ellos, se pararía a leerlos. De ahí pasaban a una librería que compraba cuando ya el suelo estaba regado de libros y que instalaba en mitad de la sala. Luego la vendía cuando le daba uno de sus ataques de orden y limpieza y decidía que tenía demasiadas cosas.


El caos de su vida lo guardaba en el corazón. Lo tenía organizado por fechas, en cajones cerrados con llave que había tirado para que nadie pudiese entrar y que ya, ni ella misma podía abrir.


En el amor era una ruleta rusa en busca de un disparo liberador. Cuando el caos se desordenaba en su cabeza, soltaba retahílas hirientes de todo lo que amaba y odiaba y entonces, era difícil quererla. Yo solía ser el blanco de sus ataques. Y como no se consuela el que no quiere, me decía aquello de que “quien bien te quiere te hará llorar” y hacía caso omiso a las notas que me dejaba al lado de la almohada antes de acostarse.

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