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Las relaciones de poder en la LIJ. Hadabruja

Mr Spoty, he recibido su carta y me disculpo, aunque creo que si lo que quiere es participar no tiene más que decirlo.


De lo que dice sobre el bien y el mal y la violencia y el lado oscuro, no puedo estar más de acuerdo. Ahí tenemos a Dr. Jekyll y Mister Hyde por ejemplo y las dos caras de la naturaleza humana.


Yo, sin ir más lejos, me he pasado la vida oyendo que era una bruja. (Doe, te acuerdas de la tia Leo: "bruja que eres una bruja", y a mi hermana: "Teresita cariño eres un encanto" ), En mi casa yo era la hermana mala, Hasta que me dí cuenta de que esto del bien y el mal era un invento y que, además ser una buena es muy aburrido. Las brujas son mujeres mucho más interesantes que las hadas moñas y las princesas rosas. Por eso cuando descubrí Hadabruja se convirtió en uno de mis albumes favoritos. (ojo, Teresita era un encanto de verdad, para nada moñas ni rosa).

La relación de los niños y los adultos, es uno de los temas de los que más se ha ocupado la crítica de la LIJ, pues está en la base de la propia definición de literatura infantil, como algo diferenciado de la literatura adulta. Para estudiar esa relación Nikolajeva, en Power, Voice and Subjectivity in Literature for Young Readers  (2010), desarrolló la teoría de la aetonormativad, adaptación de las  teorías de poder de Foucault. Según esta teoría, la posición desigual y asimétrica entre los adultos y los niños, dentro y fuera de los textos literarios, es una relación de poder determinada por la diferencia de edad y ejercida por los adultos frente a los niños.  La literatura infantil y sobre todo los libros álbum, tendrían un efecto subversivo, demostrando que las reglas que le son impuestas al niño por el adulto son arbitrarias. Aunque esa subversión del poder adulto nunca podría ser completada (solo bajo ciertas condiciones y limitado en el tiempo) porque la literatura infantil enfrenta el dilema (que le es inherente) de, por un lado, darle poder al niño y socializarlo por otro, dos metas opuestas.


Parece que lo que está detrás de esta teoría es un intento de denunciar, dentro y fuera de la literatura, las posiciones autoritarias (didácticas y prescriptivas) que no tienen en cuenta la mirada del niño y los abusos que se dan en toda relación de dependencia. Pero para ello hace una equiparación entre desequilibrio y abuso y entre normatividad y poder. Así, según estos parámetros socializar al niño es someterlo al poder adulto, que es arbitrario. Parece entonces que cuestionar ese poder, subvertirlo y derrocarlo, tendría que ser una de las finalidades de la literatura infantil para de esa forma, dar el poder al niño.


Partiendo de la premisa de que socializar y otorgar poder al niño son dos fuerzas opuestas por las que el autor ha de optar y que, de todas formas, la normatividad adulta acaba imponiéndose, podemos hacer una lectura que pone de relieve (para denunciarlo) el poder adulto que somete al niño.


En Hadabruja, el album de Brigitte Minne y Carl Cneut (publicado en España por Barbara Fiore en 2006) Rosamaría, un hada que vive, con  el resto de hadas en un castillo en una nube, decide hacerse bruja en contra de las expectativas de su madre, y de esa forma contravenir la normatividad que intenta imponérle. La mirada adulta (que solo ve peligros y suciedad) está encarnada en la madre, y la infantil, en Rosamaría, que ve diversión, aprendizaje, novedad y subversión. Podríamos decir que hay un poder adulto que, utilizando la amenaza y el castigo, trata de socializar a Rosamaría (la echa del castillo y del mundo en la nube) y que, a la vista de  de la claudicación de Rosamaría, lo consigue y se impone, Rosamaría acepta ser hada (de vez en cuando) y es bruja, porque su madre le da permiso. Es por tanto, sometida. El mensaje es claro, los adultos son los que deciden las normas y dan permiso.


Y sin embargo, en una lectura más detallada, si nos fijamos en las dinámicas que se establecen entre Rosamaría (niña) y su madre (adulto que no tiene nombre), la lectura cambia. Rosamaría se niega a ser un hada (pulcra y dulce todo el tiempo) y cumplir con las normas; Cuestiona la normatividad hasta el punto de dejar el mundo de las hadas y su castillo de torres doradas en las nubes y marcharse lejos de su madre, al bosque, donde viven las brujas. Podríamos interpretar que Rosamaría carece de acción, no es ella la que toma la iniciativa y se va, sino que es objeto pasivo de las decisiones de su madre, que le dice que si quiere ser una bruja no puede quedarse en la nube.

Sin embargo, parece más acertado pensar que es un acto de afirmación, casi condescendiente, si hacemos caso al suspiro con el que responde a su madre.  Y a la ilustración, que nos la muestra alejándose de las nubes con cara de enfado y grandes maletas, ante el chantaje emocional de su madre que la ve marchar, convencida de que volverá pronto porque, "el bosque de las brujas no es lugar para un hada".


El texto cuestiona al adulto y nos dice que: mamá se equivocaba. El bosque de las brujas era un buen lugar para Rosamaría.


Como en Donde viven los Monstruos Rosamaría se va, en este caso de la nube, ante la negativa de su madre a aceptar su lado salvaje. Pero Rosamaría no vuelve a su mundo de hadas,-no vuelve a la normatividad adulta- como hace Max., que regresa, aunque transformado.


En el bosque de las brujas, no existen jerarquías, normas restrictivas ni adultos impositivos (por lo que se desprende de las ilustraciones, las brujas son adultos, aunque no se comportan como “adultos normativos”).

Allí Rosamaría construye una cabaña en un árbol, una barca (que lleva su inicial) con la que sale a navegar por el arroyo, patina a gran velocidad y aprende a volar sola en escoba, sin un adulto que la aleccione.


Las brujas se limitan a proporcionarle la escoba, animarla y celebrar con ella sus logros. Siguen teniendo afán didáctico, (será que de verdad esto es algo que caracteriza a los adultos) y ante las travesuras de Rosamaría, dicen que aún pueden enseñarle muchas cosas.


Rosamaría intenta que su madre la acepte y vuela en la escoba de vuelta a la nube para enseñarle todo lo que ha aprendido siendo bruja. Su madre sigue empeñada en imponer las normas de las hadas (socializarla) y se niega a tener por hija a una bruja maloliente. Una vez más, intenta imponerse y la repudia por no aceptar las normas, convencida de que regresará pronto. Y una vez más, las ilustraciones nos muestran a Rosamaría enfadada, volando en su escoba a toda velocidad hacia abajo, hacia el bosque de las brujas. Y el texto nos vuelve a decir que mamá se equivocaba. Rosamaría está feliz en el bosque.

Antes de dormir, mirando a la luna se pregunta que estará haciendo su madre y el texto añade: Mamá se quedó sola en la nube del castillo flotante con las nubes doradas. El personaje adulto empieza ahora a cuestionarse sus decisiones porque se siente culpable y sola y mira también a la luna (símbolo de renovación y transformación, que aquí, hace además de puente entre los dos mundos) .Vuela al bosque para averiguar que está haciendo su hija y cuando llega a la cabaña donde duerme Rosamaría, la reconoce y acepta, (a pesar de que huele mal y su ropa estaba raída y sucia, a pesar de que no es la niña “normativa” que ella entiende que debe ser, no es un hada. Cuando Rosamaría se despierta con el beso de su madre, esta le dice que le echa de menos y Rosamaría la invita a quedarse con ella a dormir. Esta vez, la madre acepta y al día siguiente la acompaña a perderse en el Bosque de las brujas.


La ilustración nos muestra entonces a Rosamaría y su madre navegando juntas, en la barca que Rosamaría construyó, y que continúa llevando su inicial (que en el libro de Sendak, cuando Max vuelve de la isla de los monstruos y regresa a casa, desaparece) Rosamaría se reafirma, no pierde su individualidad al dejar a su madre entrar en su mundo. No se somete a su madre, que reconoce que la vida de una bruja es realmente divertida y le  dice que si quiere, puede ser bruja. Podría parecer que sigue existiendo una jerarquía de poderes y que le está dando permiso para ser bruja. Aunque también puede entenderse como una aceptación de la naturaleza infantil, -un reconocimiento- puesto que en realidad, la decisión de Rosamaría ya está tomada; no depende del permiso de la madre. Después de ese reconocimiento, la niña hace a su madre una concesión, de vez en cuando, cuando ella decida, será un hada. No hay sumisión ni sometimiento. Que ella toma sus propias deciciones queda claro cuando afirma: pero ahora soy una bruja… tomó su escoba y desapareció volando.

El texto acaba diciéndonos que Rosamaría es un hadabruja. Escoge cuando es hada y cuando es bruja, cuando vive en la nube y cuando en el bosque y su madre la acompaña. Rosamaría puede decidir, tiene poder, cuestiona las normas y las acepta. Su madre,por su parte,  acepta bajar al bosque, reconoce que las normas de las hadas son cuestionables y está al lado de su hija cuando ella vive en el castillo de la nube, pero también cuando se va al bosque de las brujas. Desde una lectura de poderes, podría decirse que se otorga poder al niño-lector. La socialización, como aceptación de las normas externas, es la consecuencia de haberle dado poder, no es una imposición, se rompe la idea de una normatividad adulta como relación de poder y sumisión. Rosamaría acepta la existencia de unas normas, pero es ella quien decide cuando vive conforme a ellas en el mundo de las hadas, se socializa (y es una decisión propia). No hay derrocamiento del poder adulto, hay una negociación. No hay orden que se restablece, sino que aparece un nuevo orden.


Es interesante que las hadas viven arriba, en una nube, flotando en castillos con torres doradas, (un mundo perfecto e idealizado) mientras que las brujas viven abajo, en un bosque, lugar que en los cuentos suele simbolizar el lugar en el que perderse para encontrarse al que Rosamaría se va y al que después la sigue su madre.

Hablar en términos de poder y sometimiento lleva a un callejón sin salida del que difícilmente se puede salir y que deja al niño, dentro y fuera de la literatura, sin esperanza. Solo será libre del sometimiento cuando deje de ser niño y pase a ser adulto y por tanto, opresor.


No se trata de analizar los textos en busca del poder adulto como excluyente. En la literatura infantil, y en la relación entre niño y adulto, hay un tira y afloja de fuerzas, entre dar poder al niño y socializarlo, en aceptar al otro, en socializarse, sin perder por ello la identidad personal. Y esta lucha no es entre fuerzas opuestas ni es algo inherente a la literatura infantil, ni siquiera exclusivo de a las relaciones entre adulto y niño. Ser consciente del propio poder (del yo) sin perderse en las normas sociales, en la normatividad de cada época es un reto que enfrentan todas las personas en su desarrollo.


Socializar es un proceso, y como tal, progresivo, en el que el niño (o la persona, porque es un proceso que dura toda la vida) aprende a convivir con los demás, y que consiste en aceptar (sin imponer) que existen unas normas relacionales (que pueden ser arbitrarias y por tanto cuestionables y cambiantes, según el momento y el contexto social). Si bien es cierto que en la relación adulto niño hay un desequilibrio, (el niño depende del adulto física, económica y emocionalmente, y esto puede dar lugar a situaciones de abuso), en todo caso, una de las funciones de la literatura, es precisamente la de ofrecer al niño una representación articulada del mundo, que sirve como instrumento de socialización de las nuevas generaciones (Colomer, 15, 2010) y es el propio adulto el que se cuestiona la mirada hacia el niño lo que hace que cambie la posición del niño en la LIJ. El niño sigue “sometido” a la normatividad adulta, que va cambiando cuando el propio adulto trata de ver y entender al niño y se cuestiona sus propias formas de hacer y mirar.


Si en la literatura infantil entendemos la aetonormatividad como el reconocimiento de que el autor es (por lo general) un adulto (ser humano de más edad) que escribe para un niño (ser humano de menor edad) y lo hace desde su punto de vista, (desde su normatividad) entonces, podemos conciliar la socialización, (no como sometimiento al poder adulto, sino como ejercicio de la autoridad legítima que muestra el funcionamiento de la sociedad y de las relaciones en un contexto histórico y cultural determinado) con dar poder al niño, (como el reconocimiento de su capacidad para cuestionarse ese orden social y transformarlo). Sabiendo que, probablemente, cuanto más tenga en cuenta e intente acercarse a la visión del niño, más éxito tendrá. (la literatura, la socialización y el empoderamiento y la transformación social.


Bibliografía principal

  • · Sendak Maurice, Where the wild things are. The Bodley Head, Random House Children´s books: London, 2010

  • · Brigitte Minne y Carll Cneut, Hadabruja.. Albolote: Barbara Fiore Editora, 2013

Bibliografía secundaria

  • · Bellorín, Brenda. Un mapa para entender el ADN de los cuentos de hadas contemporáneos en https://linternasybosques.wordpress.com/2016/03/30/descifrar-el-adn-de-los-cuentos-de-hadas/

  • · Beauvais, Clementine.

  • The problem of “power”: Metacritical implications of aetonormativity for children´s literature research en Children´s Literature in education (2013) 44: 74-86

  • · The mighty child. Time and power in children´s literature. Jonh Benjamins Publishing Company: Amsterdam, 2015.

  • · Cirlot, Juan Eduardo. Diccionario de símbolos:

  • · Colomer, Teresa. Introducción a la literatura infantil y juvenil actual. 2ª edición ampliada. Editorial Sintesis 2010

  • · Nikolajeva, María.

  • o En Cruce de miradas: Nuevas aproximaciones al libro-álbum, editado por T. Colomer, B. Kümmerling-Meibauer, y M.C. Silva Díaz, (2010)

  • o What is it Like to be a Child? Childness in the Age of Neuroscience, Children’s Literature in Education (2019) 50:23–37

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