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Siempre nos quedará París

Queridas,


Un intento de no matar en esta ocasión. Para que no me digan que soy violento



Carla ha empezado el día con una sonrisa. Normalmente da vueltas en la cama y le cuesta levantarse, pero hoy ha saltado en cuanto ha sonado el despertador. Ha abierto la ventana y ha aspirado el aire frío y el olor de la mañana la ha llenado de energía. La calle todavía está en silencio. Arregla la habitación canturreando y después de una ducha de aromas cítricos se dirige a la cocina para prepararse un café. Se sienta a saborearlos y desde la mesa contempla el paisaje del ventanal. El sol se refleja en la montaña de enfrente que parece hecha con hilos de plata. «Como pueden cambiar las cosas en una semana», piensa. Se ve a sí misma en esa silla con un té demasiado caliente en la mano; Con la espalda encorvada, y el peso de su cuerpo vencido en la silla. escucha a su amiga Bea,

–Le da lo mismo como estés. Solo se mira su ombligo. Has criado a sus hijos, tiene un plato caliente cuando llega a casa y el polvo de la semana asegurado. Tú no eres buena, tú eres tonta. –remata soplando el té y dándole un sorbo con los ojos clavados en el mantel.


Beatriz y todos los demás se equivocaban. Se irá con Andrés a París esa tarde. Ya tiene los billetes; ella misma los ha ido a recoger a la agencia y los lleva en el bolso desde entonces. Por mucho que digan, él la quiere. Fue el médico el que les dijo que la recuperación de una depresión es lenta, que necesitaba recobrar la ilusión, asumir que los niños ya eran grandes y que le quedaba mucha vida por disfrutar, y fue Andrés el que sugirió volver a París.


Tendrán una segunda luna de miel y todo será como al principio. Se lo ha prometido. Han pasado muchos años y muchas cosas, pero no es tarde.


Apura el café y se va a preparar la maleta. Se para un instante en la habitación donde dormían los niños. Por un momento sus ojos se apagan, su corazón se acelera y tiene que agarrarse al marco porque le cuesta respirar. Suspira, poco a poco se va calmando y cierra la puerta. Los echa de menos pero sabe que están bien y sus pensamientos vuelven al viaje.


Se ha comprado un camisón nuevo de raso y puntilla. Se lo prueba y en sus ojos se ve aprobación. El paso de los años ha redondeado su cintura y la ropa le cae de otra forma. Sonríe al espejo, después, de repente, su ceño se frunce. Se ha acordado de aquella vez en que se compró un picardías y le esperó expectante en el sofá cuando los niños ya se habían acostado. Un: «Por dios, tápate, te resfriarás» fue todo lo que recibió de él esa noche. Pero esta vez será distinto. En París todo es distinto.


Suena el teléfono y corre hacia la sala. Con cara de sorpresa mira el número que llama y descuelga el auricular.


–Hola Amor, estoy con la maleta. Quedamos en el aeropuerto o me vienes a buscar?.


Ahora escucha en silencio.


Abre mucho los ojos y levanta las cejas. Siente una punzada en el estómago, aprieta el puño y le tiembla el labio. Por su nariz sale lentamente aire, toda ella se desinfla. Se oye a sí misma diciendo:


–¡Cómo se va a apañar con una pierna rota?, ¡y tu padre, que no sabe ni freír un huevo, y tu hermana que siempre está tan ocupada!.


Su voz cantarina poco a poco va languideciendo.


—Claro que lo entiendo. Yo me pasó por allí y me ocupo.


La boca se le llena de un sabor amargo que le hace sentir una arcada, lentamente cuelga el teléfono y vuelve a la habitación. Ya no hay alegría en sus pasos.


Deja la maleta a medio hacer, coge el bolso y sale a la calle. Otra vez los hombros hundidos y la mirada absorta.


Ya en el descansillo del piso de sus suegros, rebusca las llaves en el bolso. Desde que el padre de Andrés sufrió un infarto siempre lleva una copia. Mete la mano y se topa con un sobre, es el billete. Mira el reloj y resopla con angustia. Deja las bolsas con la compra sobre las letras de bienvenida del felpudo y llama al timbre. Le sudan las manos, se ha quedado paralizada. Vuelven las taquicardias. Alguien se acerca a abrir. Se da media vuelta y acelera el paso hacia el ascensor. Aún duda antes de darle al botón de bajada.


Sus ojos se mueven rápido. Seguro que hará frío en Paris. En cuanto llegué se comprará un abrigo nuevo.

1件のコメント


Srta. Doe
Srta. Doe
2020年10月20日

Bravo, Spoty. Matar, no mata al prota pero si al lector con la espera... Me he visto corriendo al aeropuerto. Dígame cómo será el París de Carla, pordios, que me he quedado con ganas de más... A sus pezuña.

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