Debiera confesar mi capacidad para liarme en deberes y tareas que exceden los tiempos y tempos. Una voz amiga, siempre diferente, acaba señalándolo como algo inherente a mi carácter. Sigo recibiéndolo con desdén, convencida de que es una exageración, aunque me extrañe que se repita como mantra. Uno de estos días lo reconozco. Con el trajín, hasta hace algunos días solo lograba premiarme apuntando los libros que me gustaría adquirir. Desde hacía semanas acumulaba volúmenes en estanterías y mesilla de noche. Es como quien guarda leña para los días de frío, una labor que alimenta la esperanza del invierno y, justo hoy, el solsticio daba entrada a la estación. Ayer noche decidí desquitarme y probar el prólogo de una de las novelas en el banquillo. Unas horas más tarde llegaba al punto final en una exhalación.
La culpable es Vanessa Springora quien, con la publicación de su primera novela, generó un revuelo más que considerable en el mundo cultural francés (parisino, pardon). La autora relata una historia real, la suya, quien a los 13 años comenzó una relación sexual-amorosa, con un hombre del que le separaban más de 37 años. Gabriel Matzneff, reputado escritor hoy octagenario, abandonó el país cuando supo de la publicación del libro trasladándose a la riviera italiana. Las redadas en la editorial Gallimard, que le dio finalmente la espalda, fueron solo el primero de los capítulos de una historia conocida a voces. Un grupo de mujeres ya en edad adulta le acusaban de pedofilia a lo largo de los años. Lo doloroso fue descubrir que hasta hace poco, los años 90 para ser exactos, la moderna Francia hacía la vista gorda a hechos de este tipo.
Como recoge Springora en unos párrafos muy ilustrativos el panorama surgió de ciertas ideas mal aprehendidas del mayo del 68: "...En 1977 se publica en 'Le Monde' una carta abierta en favor de la despenalización de las relaciones sexuales entre menores y adultos, titulada 'A propósito de un proceso', que firmaron y apoyaron eminentes intelectuales, psicoanalistas y filósofos de renombre, escritores en lo más alto de su carrera, en su mayoría de izquierdas. Encontramos, entre otros, los nombres de Roland Barthres, Gilles Deleuze, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, André Glucksmann, Louis Aragon… Sucede que, en los años setenta, en nombre de la liberación de las costumbres y de la revolución sexual, se siente la obligación de defender el libre disfrute de todos los cuerpos. Prohibir la sexualidad juvenil es una forma de opresión social, y compartimentar la sexualidad entre individuos de la misma edad sería una forma de segregación. Luchar contra el encarcelamiento de deseos y contra toda represión son las consignas de ese período, y nadie tiene nada que objetar, salgo los santurrones y algunos tribunales reaccionarios. Una deriva y una ceguera por las que casi todos los firmantes de esas peticiones pedirán disculpas tiempo después..."
Bien sabemos que las fajas de los libros acostumbran ser hiperbólicas, pero la cita de Le Parisien no podía ser más certera: "Se lee conteniendo la respiración y te deja en estado de shock". No nos mueve el morbo, la novela está muy bien escrita y bien rememorada. Sospecho las horas y horas de terapia, la ruptura emocional, social, sicológica y afectiva de una niña de 15 años cuando se enfrentó al ogro que le había aniquilado no solo la infancia, sino sobre todo, la construcción de su recuerdo como lugar de protección. No hay ni deseo de venganza, ni mayor valoración que la de evidenciar la impotencia de quien, aún pasados los años, se vio acosada por el monstruo. Me hizo repensar sobre la construcción de la identidad sexual y afectiva. También sorprenderme ante la pasividad de quienes alabaron la maestría narrativa de su acosador como carta blanca (lo de Cioran dinamitó el mito). Da pie para reflexionar sobre los límites de la literatura, la moral, el deseo y la realidad. Lo de Nabokov y su Lolita ya lo aclara la autora. Bendita catarsis.
Vanessa Springora. El consentimiento.
Barcelona: Lumen, 2020. 200 pág.
Jolines, que alegría me da usted... Hace unos días en clase con los alumnos hablamos sobre el volumen de libros que se editan al año en España (sin contar reimpresiones o reediciones)... Ergo, culpabilidad cero, la selección es inevitable... Y no hacer nada productivo es necesario. También
Barbarísimo el inicio. Yo soy más de la que se pierde en el tempo de su tiempo y más tuviera menos haría y en vez de listas, hago fotos. Ya me has hecho incorporar el libro a las lecturas pendientes. A los reyes les voy a pedir un par de vidas para leerme el acumulado. Haces pensar sobre todos esos límites que dices. Pero más que nada me quedo con la necesidad de distinguir entre realidad y ficción y entre pensamiento y acción, a la que le doy vueltas últimamente. Ni censurar Lolita ni aplaudir a Matzneff.
Mancantao.